viernes, 8 de agosto de 2008

Elegía (Homenaje a Alfredo Zitarrosa)

Memorias de ansiedades cruzaban el patio en lo de doña Soledad mezclados con el humo del asado que estaban preparando en una esquina. No era la primera vez que se lo esperaba después de un largo viaje en tren pero hoy tardaba más de la cuenta.
Los guitarristas afinaban los sonidos para cuando empezara la fiesta de bienvenida. El resto de los musiqueros había dejado sus coplas de lado “al menos por un rato, pa’ cuidar el asado” decían, pero cierto era que preferían jugar con Alfrediño que durante dos noches por semana se quedaban a dormir allí hasta que su madre, la Stefanie, volvía del segundo trabajo. Porque con lo que ganaba en la fábrica no alcanzaba, mucho menos desde que eran dos bocas y los gastos del colegio. Así que los non sanctas salidos nocturnos le eran ahora más indispensables que nunca además, y a pesar de algunas consecuencias inesperadas y adorables como Alfrediño, tal actividad le había permitido entablar más de una interesante relación. Claro ejemplo es la iniciada con el padre del chico. Lástima que ni se hubiera enterado de lo ocurrido nueve meses después de su último encuentro del que se cumplían siete años justo hoy, el día de su regreso
-¡Parece mentira este morochito!, decía Juan Miguel mirando jugar al nene, ¡Tan chiquito y con una voz tan ronca!
- Es de herencia, compadre, es de herencia, contestó doña Soledad mientras preparaba la ensalada como siempre, abundante (“Se puede mezquinar cualquier cosa una menos la comida pa’ compartir con los vecinos”, repetía en cada asado) y agregó:
- ¡Alfrediño! ¡Será posible! ¡Dejate de colgar de esa soga querés! ¡Se me va a venir toda la ropa en banda, che!
- ¡Déjelo ña’Soleda! ¡Es un chico! ¡No le va a andar retando por una travesura de pibes!
- Y si no lo reto ¿Cómo va a disfrutar la travesura?, contestó la vieja guiñando un ojo. Solía tener esas salidas de vieja pícara aunque de poca escuela; y al respecto ¡Bien sabe Dios que si que quiso querer pero no pudo poder!
- Che ¿A qué hora ha de llegar este viejo?, preguntó Becho rozando su gastado violín por el mantel de lino bordado a mano sobre el que comerían apenas arribara el visitante. Se veía que le andaban pareciendo escasos los sonidos de las cuerdas para festejar semejante llegada y el crujir de la madera sobre la aspereza de la tela resultaba un buen acompañamiento junto al crepitar del carbón. Se le ocurrió que con esos ritmos podía componer una ronda catonga para que Alfrediño bailara alrededor de su padre ¡Por fin un padre! De repente interrumpió estos pensamientos para quejarse, “¡Che! Es verdad que este hombre no suele estar mucho tiempo en un solo sitio ¡Pero que ahora se le haya dado por ni siquiera llegar! ¡Es una exageración!”.
A las dos de la mañana, cuando la carne estaba por achicharrarse sobre la parrilla y de las enormes piedras de carbón solo quedaba el recuerdo, se escucharon ruidos de tacones.
Stefanie abrió la puerta con violencia como empujada por la inaceptable noticia. Todos dirigieron su curiosidad hacia ella, mucho más pálida y abatida que cuando volvía después de una noche de pocas estrellas. Lo que nos pudo contar una vez que se sentó y entre sollozos, fue que todo ocurrió en pleno viaje cuando su tren doblaba la mita del camino. Le comentaron en la estación que él estaba sentado junto a la ventanilla mirando pasar arrozales, pueblos y despedidas, cuando cercana a la medianoche las fuerzas le empezaron a flaquear; sintió que los intestinos se le juntaban en la mitad de su cuerpo formando una soga áspera como su voz y anudada con dificultad, como su vida, el corazón interrumpió los latidos de bongó y cerró las válvulas por donde no pasó la sangre arrastrando milongas. En su recuerdo se paralizaron las murgas y las imágenes de los negritos durmientes quedaron dormidas para siempre, de sus oídos se escaparon los adagios, sus ojos apagaron los paisajes, en su garganta enmudeció la canción, el miedo le creció desde el pie, y en el alma quedó flotando la sospecha de que el corazón de Stefanie y de alguien más “falan di él”.

Esas cosas y no otras ocurrían, mientras moría Alfredo Zitarrosa.

Primer premio concurso literario "Al maestro del tercer milenio". UDAM (Unión Docentes Argentinos Municipales) Año 2000

¡¡SI!! TU ME ESTAS DANDO MALA VIDA, YO PRONTO ME VOY A ESCAPAR...